Han pasado ya varios días desde que escribí el último
post, porque contar mi experiencia personal cuando actualmente estoy empezando
mi segundo proceso de migración (España – Austria) me ayuda pero también me pone
sentimental y me cuesta … (a pesar de ser psicóloga no me libro de sentir
nostalgia ¡qué remedio!).Y aquellas personas que lean el post, bien porque
estén a punto de cambiar de país bien porque les interese el tema, tienen que
saber que cuando se empieza un proceso (en este caso de migración, pero también
sucede con todo tipo de duelos, con rupturas de pareja, incluso con cambios de
trabajo, y con otros muchos) se abren todos aquellos procesos similares a éste.
Sabiendo esto voy a seguir por donde lo dejé:
Después de los meses de verano llegó el primer día de
instituto (ESO). Llevaba una camisa blanca, un jersey rojo a juego con las
medias, y una falda tableada gris (hasta las rodillas). Echaba de menos mi
uniforme de Argentina, pero esa era la menor de mis preocupaciones. Me acuerdo que
la profesora anunció que había dos nuevos alumnos: mi hermano mellizo y yo, y
que veníamos de Argentina. A partir de ese momento surgieron preguntas que
jamás pensé que tendría que responder: ¿en tu país se habla inglés? ¿Por qué
eres rubia? ¿Por qué hablas así? ¿En Argentina son todos pobres? ¿en Argentina
no había indios?…. Por un momento recuerdo que me sentí aturdida, expuesta y
vulnerable. Me sentía como un mono de feria, como un pez fuera del agua – y
presentía que mi hermano lo estaba pasando igual de mal que yo! - …Algunas
palabras de hecho ni las conocía, y cuando empezaba a hablar algunos compañeros
se reían. Cuando eso pasaba me ponía más roja que el color de mi jersey, y mis
compañeros se reían un poco más. Pero eso no es todo, además de esta cálida bienvenida,
la profesora tuvo la maravillosa idea de sentar a dos hermanos en la misma mesa
– una cosa que nunca había pasado antes porque en Argentina siempre habíamos
estado en clases diferentes -. Creo que lo hizo con la buena intención de sentirnos
acompañados. Los días en 3º de la ESO los recuerdos como difíciles. Si bien es
cierto que yo intentaba integrarme al grupo, no me sentía del todo aceptada y a
su vez veía que a mi hermano le pasaba lo mismo, y eso no ayudaba. Sin embargo,
no me gustaba llegar a casa y quejarme o llorar o decir lo poco que me gustaba
ir al instituto, porque eso ya lo hacía mi hermana más chica - por su edad y su
propio proceso – y porque mi hermano también mostraba su rechazo hacia los
compañeros de clase, y yo veía que mi madre sufría al ver que no nos
adaptábamos. Yo me sentía igual que mis dos hermanos, pero por mi personalidad
y por mi propio proceso no quería cargar al gran equipo de padres con otra
preocupación. De este modo expresaba sólo lo que me gustaba de las clases, los
profesores que más me motivaban y lo que quería estudiar en el futuro. Pero por
las noches, cuando me iba a dormir, ponía un disco de Enrique Iglesias y me
desahogaba llorando hasta que me quedaba dormida.
La adaptación, las expectativas de las personas con las
que cambias de país, siempre influyen en la persona que sufre este gran cambio.
Está claro que de ello también depende la personalidad y el rol que ocupa en el
sistema, pero a todos de una manera o de otra les afectan los procesos de las
personas de alrededor – en mi caso de cada miembro de mi familia. En relación a
esto, añadir que cada uno se desahogará y se adaptará de una manera diferente,
pero la nostalgia, la tristeza y el duelo por lo dejado va a salir de alguna
forma. En modo de llanto, en modo de enfado, en modo de rebeldía o somatizando,
eso siempre sale. En mí, el “llanto de antes de irme a dormir” no cubría todo
lo que necesitaba y pronto aparecieron las migrañas. En mi caso particular, las
migrañas eran una forma de permitirme estar mal, dejar aparcado el rol de
fuerte, y que me cuidaran más (que ya lo hacían mucho, pero en estos procesos
también se demanda mucho). Todavía me acuerdo de la primera vez que me dolió
fuerte. Mi padre se acercó y me dijo que no me preocupara, y me empezó a contar
una historia. Daba igual que historia, podía ser desde algún tema que a él le
interesara hasta una noticia curiosa. El hablaba y hablaba hasta que conseguía
que de repente el dolor de cabeza desapareciera por completo. Me distraía y me
hacía reír, y así el dolor se iba. Después
me dejaba descansar en su habitación y cuando ya me sentía mucho mejor me
levantaba como nueva. Quizás con otra edad, más madura, hubiera expresado que
no me sentía contenta en el instituto, pero en aquél momento mi forma de
decirlo fue a través de las migrañas. Por desgracia todavía las conservo, pero
ahora ya las conozco bien y puedo controlarlas mejor. Aprovecho para
incidir en que hay muchas formas de
expresar nuestro malestar o nuestra dificultad a la hora de adaptarnos al país
de destino, algunas más adaptativas que otras, pero todas con la misma función:
ayudarnos a expresar.
A medida que fueron pasando los meses, fui conociendo
mejor a los compañeros de clase y fui haciéndome un hueco, pero la sensación de
pez en el agua duró por lo menos un año entero. No fue hasta que cambié de instituto,
cuando me sentí más aceptada. Al acabar el curso escolar, y habiendo obtenido
unas notas buenas, el "equipo de padres" decidió cambiarnos a un instituto
público con muy buena fama. Conseguimos las plazas y el siguiente septiembre
comenzó muy diferente que el primero en España. Así que no hay que desanimarse,
porque aunque el comienzo fue duro – no tenía sentido decir que todo había sido color
de rosa – luego la adaptación fue mejorando y fui encontrando ese huequito entre
la gente. Mis recuerdos de este segundo lugar son mucho más bonitos, para
empezar no me hicieron tantas preguntas sorprendentes ni se rieron de mí por cómo
hablaba, y probablemente por ello me sentí muy acogida. Además conocí un
grupito de chicas con las que congenié y pude expresarme tal como quería. Lo
que sucedió a partir de aquí en mi historia de vida es la adolescencia pura y
dura, ya que desde mi punto de vista la adaptación ya estaba en sus últimas
etapas.
Espero que les haya servido este pequeño trozo de mi vida.
Cada proceso es diferente, pero estoy segura que las sensaciones que yo tuve y
que sintieron mis hermanos se parecían bastante unas a otras. También quiero añadir
que he querido escribir mi experiencia tal y como la recordaba, sin exagerar ni
dramatizar, en su justa medida. Y creo que todo aquél que se va a vivir a otro
país sabe que los principios son duros – que no dije nada nuevo – pero mentiría
si no añadiese que después de ese primer año, año y medio, España fue
enamorándome cada día un poquito más, y tanto me enamoró que irme me produce
una gran tristeza y nostalgia por todos y cada uno de los momentos que pasé
aquí. Así es el proceso de migración, que llegas a querer la cultura, los
paisajes, las costumbres y la gente del país que te acoge.
Nos vemos en el siguiente post!
Me parece maravillosa la manera en que recuerdas y relatas el principio de tu adaptación en España. Debió de ser muy duro, pero es algo en lo que la gente normalmente no se para a pensar, y mucho menos en edades como la que tú tenías cuando emigraste. ¡Sigo diciendo que eres una valiente! Y aunque vayas a echar de menos España cuando vengas para acá, estoy segura de que en esta ocasión la adaptación la llevarás de otra manera. Será difícil por el idioma, por supuesto, pero en este caso eres tú la que has tomado la decisión y eso, para empezar, ya es muy distinto, tal como tú misma escribiste. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarQue comentario más tuyo M !! Me encanta que leas el blog ;) Como bien decís, la adaptación a Austria no será igual que la que tuve en España, por la edad, la toma de decisión y muchos otros etcéteras .... ya contaré en otra entrada cuando eso suceda !! Un abrazo!
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