jueves, 19 de septiembre de 2013

Experiencia personal Parte II



Han pasado ya varios días desde que escribí el último post, porque contar mi experiencia personal cuando actualmente estoy empezando mi segundo proceso de migración (España – Austria) me ayuda pero también me pone sentimental y me cuesta … (a pesar de ser psicóloga no me libro de sentir nostalgia ¡qué remedio!).Y aquellas personas que lean el post, bien porque estén a punto de cambiar de país bien porque les interese el tema, tienen que saber que cuando se empieza un proceso (en este caso de migración, pero también sucede con todo tipo de duelos, con rupturas de pareja, incluso con cambios de trabajo, y con otros muchos) se abren todos aquellos procesos similares a éste. Sabiendo esto voy a seguir por donde lo dejé:

Después de los meses de verano llegó el primer día de instituto (ESO). Llevaba una camisa blanca, un jersey rojo a juego con las medias, y una falda tableada gris (hasta las rodillas). Echaba de menos mi uniforme de Argentina, pero esa era la menor de mis preocupaciones. Me acuerdo que la profesora anunció que había dos nuevos alumnos: mi hermano mellizo y yo, y que veníamos de Argentina. A partir de ese momento surgieron preguntas que jamás pensé que tendría que responder: ¿en tu país se habla inglés? ¿Por qué eres rubia? ¿Por qué hablas así? ¿En Argentina son todos pobres? ¿en Argentina no había indios?…. Por un momento recuerdo que me sentí aturdida, expuesta y vulnerable. Me sentía como un mono de feria, como un pez fuera del agua – y presentía que mi hermano lo estaba pasando igual de mal que yo! - …Algunas palabras de hecho ni las conocía, y cuando empezaba a hablar algunos compañeros se reían. Cuando eso pasaba me ponía más roja que el color de mi jersey, y mis compañeros se reían un poco más. Pero eso no es todo, además de esta cálida bienvenida, la profesora tuvo la maravillosa idea de sentar a dos hermanos en la misma mesa – una cosa que nunca había pasado antes porque en Argentina siempre habíamos estado en clases diferentes -. Creo que lo hizo con la buena intención de sentirnos acompañados. Los días en 3º de la ESO los recuerdos como difíciles. Si bien es cierto que yo intentaba integrarme al grupo, no me sentía del todo aceptada y a su vez veía que a mi hermano le pasaba lo mismo, y eso no ayudaba. Sin embargo, no me gustaba llegar a casa y quejarme o llorar o decir lo poco que me gustaba ir al instituto, porque eso ya lo hacía mi hermana más chica - por su edad y su propio proceso – y porque mi hermano también mostraba su rechazo hacia los compañeros de clase, y yo veía que mi madre sufría al ver que no nos adaptábamos. Yo me sentía igual que mis dos hermanos, pero por mi personalidad y por mi propio proceso no quería cargar al gran equipo de padres con otra preocupación. De este modo expresaba sólo lo que me gustaba de las clases, los profesores que más me motivaban y lo que quería estudiar en el futuro. Pero por las noches, cuando me iba a dormir, ponía un disco de Enrique Iglesias y me desahogaba llorando hasta que me quedaba dormida.

La adaptación, las expectativas de las personas con las que cambias de país, siempre influyen en la persona que sufre este gran cambio. Está claro que de ello también depende la personalidad y el rol que ocupa en el sistema, pero a todos de una manera o de otra les afectan los procesos de las personas de alrededor – en mi caso de cada miembro de mi familia. En relación a esto, añadir que cada uno se desahogará y se adaptará de una manera diferente, pero la nostalgia, la tristeza y el duelo por lo dejado va a salir de alguna forma. En modo de llanto, en modo de enfado, en modo de rebeldía o somatizando, eso siempre sale. En mí, el “llanto de antes de irme a dormir” no cubría todo lo que necesitaba y pronto aparecieron las migrañas. En mi caso particular, las migrañas eran una forma de permitirme estar mal, dejar aparcado el rol de fuerte, y que me cuidaran más (que ya lo hacían mucho, pero en estos procesos también se demanda mucho). Todavía me acuerdo de la primera vez que me dolió fuerte. Mi padre se acercó y me dijo que no me preocupara, y me empezó a contar una historia. Daba igual que historia, podía ser desde algún tema que a él le interesara hasta una noticia curiosa. El hablaba y hablaba hasta que conseguía que de repente el dolor de cabeza desapareciera por completo. Me distraía y me hacía reír, y así el dolor se iba.  Después me dejaba descansar en su habitación y cuando ya me sentía mucho mejor me levantaba como nueva. Quizás con otra edad, más madura, hubiera expresado que no me sentía contenta en el instituto, pero en aquél momento mi forma de decirlo fue a través de las migrañas. Por desgracia todavía las conservo, pero ahora ya las conozco bien y puedo controlarlas mejor. Aprovecho para incidir en que hay muchas formas de expresar nuestro malestar o nuestra dificultad a la hora de adaptarnos al país de destino, algunas más adaptativas que otras, pero todas con la misma función: ayudarnos a expresar.  

A medida que fueron pasando los meses, fui conociendo mejor a los compañeros de clase y fui haciéndome un hueco, pero la sensación de pez en el agua duró por lo menos un año entero. No fue hasta que cambié de instituto, cuando me sentí más aceptada. Al acabar el curso escolar, y habiendo obtenido unas notas buenas, el "equipo de padres" decidió cambiarnos a un instituto público con muy buena fama. Conseguimos las plazas y el siguiente septiembre comenzó muy diferente que el primero en España. Así que no hay que desanimarse, porque aunque el comienzo fue duro – no tenía sentido decir que todo había sido color de rosa – luego la adaptación fue mejorando y fui encontrando ese huequito entre la gente. Mis recuerdos de este segundo lugar son mucho más bonitos, para empezar no me hicieron tantas preguntas sorprendentes ni se rieron de mí por cómo hablaba, y probablemente por ello me sentí muy acogida. Además conocí un grupito de chicas con las que congenié y pude expresarme tal como quería. Lo que sucedió a partir de aquí en mi historia de vida es la adolescencia pura y dura, ya que desde mi punto de vista la adaptación ya estaba en sus últimas etapas. 

Espero que les haya servido este pequeño trozo de mi vida. Cada proceso es diferente, pero estoy segura que las sensaciones que yo tuve y que sintieron mis hermanos se parecían bastante unas a otras. También quiero añadir que he querido escribir mi experiencia tal y como la recordaba, sin exagerar ni dramatizar, en su justa medida. Y creo que todo aquél que se va a vivir a otro país sabe que los principios son duros – que no dije nada nuevo – pero mentiría si no añadiese que después de ese primer año, año y medio, España fue enamorándome cada día un poquito más, y tanto me enamoró que irme me produce una gran tristeza y nostalgia por todos y cada uno de los momentos que pasé aquí. Así es el proceso de migración, que llegas a querer la cultura, los paisajes, las costumbres y la gente del país que te acoge.
Nos vemos en el siguiente post!

2 comentarios:

  1. Me parece maravillosa la manera en que recuerdas y relatas el principio de tu adaptación en España. Debió de ser muy duro, pero es algo en lo que la gente normalmente no se para a pensar, y mucho menos en edades como la que tú tenías cuando emigraste. ¡Sigo diciendo que eres una valiente! Y aunque vayas a echar de menos España cuando vengas para acá, estoy segura de que en esta ocasión la adaptación la llevarás de otra manera. Será difícil por el idioma, por supuesto, pero en este caso eres tú la que has tomado la decisión y eso, para empezar, ya es muy distinto, tal como tú misma escribiste. ¡Un abrazo!

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  2. Que comentario más tuyo M !! Me encanta que leas el blog ;) Como bien decís, la adaptación a Austria no será igual que la que tuve en España, por la edad, la toma de decisión y muchos otros etcéteras .... ya contaré en otra entrada cuando eso suceda !! Un abrazo!

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